04 septiembre 2015

Primera página: "Os voy a regalar un anillo..."



Giges era un pastor. Una persona sencilla y honesta que lo único que quería era cuidar de su rebaño al servicio del rey de Lidia. Una vida dura pero sin complicaciones. Hasta que un día se produjo un gran ruido y la tierra tembló debido a un terrible terremoto. Cuando cesó el infernal estruendo y se despejó la polvareda, Giges se incorporó y vio que justo al lado de donde se encontraba su rebaño se había abierto una enorme sima. Entonces, tras rápido recuento, vio que le faltaba una de sus ovejitas.


Asustado, se asomó a la sima, y allí, en lo más profundo de ella, vio al corderillo perdido, que balaba asustado. Aunque Giges bajó con el mayor cuidado, no pudo evitar que el aterrado animal echara a correr por los túneles que se acababan de abrir en la tierra. Armado de coraje, Giges fue tras él hasta que, para su asombro, vio entre las tinieblas una figura enorme de bronce con forma de caballo, liberada al parecer por el terremoto de su prisión subterránea. Olvidado de la oveja y con el acicate de la curiosidad, Giges se las apaño para trepar al interior del caballo de bronce a través de unas trampillas. Dentro, para su horror, se hallaba el cadáver de algo parecido a un hombre, pero más grande. Y en uno de sus dedos había un anillo. Aterrorizado, pero decidido a llevarse algo que sirviera como prueba de su descubrimiento, Giges sacó con dificultades el anillo del dedo del hombre y, medio temblando, medio corriendo, consiguió regresar a la superficie. Una vez allí, la tierra volvió a sacudirse y la sima quedó cerrada.


Giges lamentó haber perdido la oveja, y cuando le tocó acudir junto con todos los demás pastores a rendir cuentas al rey de sus respectivos rebaños, no paraba de darle vueltas al anillo mientras se preguntaba cómo podría explicar lo sucedido. Entonces ocurrió algo muy curioso. Al girar la alhaja se dio cuenta de que ninguno de los que se encontraban en la sala parecía percatarse de su presencia, pues hablaban como si se hubiera ido. Pasmado, intentó llamar su atención, pero fue en vano.


Era como si se hubiera vuelto invisible.
Dotado de este nuevo poder, el de hacerse invisible a voluntad girando el anillo, el partor, que había entrado humilde y honesto a servir en palacio, se fue permitiendo cada día más cosas: robaba de las cocinas del rey y saqueaba el tesoro real . Cada vez más osado, llegó a deslizarse hasta el augusto dormitorio de la reina y la sedujo. Hallando en ella una aliada, juntos conspiraron contra el rey, que había sido un buen amo del pobre pastor. Al día siguiente, envuelto en su manto de invisibilidad, Giges cometió el crimen definitivo que había de procurarle el colmo de su ambición y vanidad: el trono.

Platón




  • ¿Qué harías tú con el anillo?



  • Los anillos mágicos no existen. Pero si existieran, ¿la gente se portaría como Giges o seguiría trabajando de forma dura y honesta?















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